El artículo de Beyond ad hocery: defining Creative Industries lanza una visión sobre el estado de la cuestión de las llamadas industrias creativas. Terry Flew introduce este concepto, nos describe las consecuencias que la generalización de este tipo de industria comporta en el mercado de la sociedad de los bienes culturales; de los bienes de la información - como es por ejemplo el de garantizar el derecho de la propiedad intelectual. Asimismo habla de las ventajas e inconvenientes del soporte institucional de este tipo de productos y bienes de consumo inmateriales, puesto que se hace más borrosa la frontera entre los productos culturales – asociadas a las élites - y los productos de la cultura del ocio – asociado a las masas-, y también las consecuencias en el terreno de la existencia individual. Sobre estos problemas Flew articula, tal y como avanza el título, un discurso con el fin de concretar el concepto de las industrias creativas.
En primer lugar: Ciertamente, la industria del sector servicios está implantando cada vez más un tipo de trabajador intuitivo más allá de la función de generar materiales de naturaleza creativa, y dentro de cada uno de los campos del trabajo de este sector: Desarrollando productos con un valor añadido, trabajando sobre conceptos como “estilos de vida” y en fin, ideando diversos sistemas de seducción del cliente por un producto cada vez más personalizado y cada vez más interactivo.
En segundo lugar: Para que el contenido de este tipo de productos – me refiero a una gran mayoría de productos de las industrias culturales - consiga atraer y llegar a sus consumidores es necesario que su contingente se convierta inextricablemente en parte de la obra y en parte del contenido, si no en el contenido mismo. Un fruto del mercado de las ideas es equiparable a la inspiración. Al igual que ésta, ha surgido en el cerebro espontáneamente y causando sorpresa en el propio individuo. A partir de entonces éste busca expresar dicha información/inspiración y será la manera de expresarla lo que ocupará un lugar primordial en su trabajo: Este producto no puede ser manifestado más que de un modo “artístico”, que permita la reproducción de esa misma inspiración y sorpresa en los posibles consumidores. De modo que, siendo así de importante la presentación (incorporación de avances tecnológicos por una parte y aplicación de criterios de las tendencias estéticas) y sin entrar en las políticas de protección por parte del Estado de las industrias creativas, creo que es fundamental para este sector que se pueda contar con una infraestructura tecnológica siempre lo más avanzada posible.
Llegados a este punto me gustaría realizar una aportación al artículo, a través de una reflexión: Sí bien es cierto que el terreno de las industrias creativas prácticamente se equipara al del sector terciario y que penetra a través de los capilares de la red global en nuestra cotidiana visión del mundo, la realidad es que una observación más pormenorizada de un país en concreto nos habla de profundas disparidades - entre la oferta del mercado y el público receptor - que acaban por romper dicha visión hegemónica.
Últimamente me he centrado en la investigación sociocultural de la Rusia actual. Después de haber descubierto la apertura, a partir del 1991, de algunas galerías, centros de arte o revistas de arte digitales (donde un bohemio mundo de literatos, pintores, críticos artísticos o músicos cobraba vida en la Web) por un lado, y de la reciente fundación da varios grupos de jóvenes críticos con el poder actual (y con el poder corrompido en general) – por el otro, he visto una gran diferencia con la situación de hace unos años, cuando el tópico del Homo Sovieticus estaba en boca de todos, y he pensado en que parte de esta tendencia hacia la liberalización individual y colectiva puede localizarse en una posible conexión entre los dos ámbitos antedichos. De modo que he planteado la siguiente hipótesis: ¿Es posible que un discurso estético inspire al ciudadano unas determinadas ideas – aun en una forma abstracta y metafórica – pero que puedan, al madurar, convertirse en acciones a nivel social y colectivo?
Mi hipótesis ha chocado inesperadamente con un sentimiento que me ha revelado una entrevistada, una mujer española que ha vivido en Rusia durante cerca de una década: <
Este juicio frente a mi propuesta, tan evidente para la entrevistada como sorprendente para mí, me ha empujado a concretar que las industrias culturales se expanden de manera paulatina y constante, pero sólo se afianzan como una fuente de producción realmente importante en los climas de bienestar económico, y me arriesgaría a decir – democráticos. Es evidente que el sector servicios no puede florecer en un país en el que el fuerte contraste entre ricos y pobres le limita al consumo exigente de alto nivel, privándolo así de un potencial mercado a conquistar – el de “las masas”.
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